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Reflexiones - Tu pecado te alcanzará

Hombre se lamenta del pecado que cometió
 
Desde niño fue advertido acerca de las consecuencias del pecado, su propia madre lo había hecho, sus maestros también lo hicieron. La había visto escrita en textos en la casa. La había escuchado de pastores. Y la había leído en la Biblia.

La advertencia era ésta: "Tu pecado te alcanzará". Así se hacía más personal la advertencia dada en el Antiguo Testamento, en el libro de los Números 32:23. Pero Víctor Valtari, joven de veintidós años de edad, no la acató.

Asaltó a una mujer, le robó la cartera, y al guardar la pistola en el bolsillo, el arma se disparó. La bala le entró por la ingle y le causó una herida mortal. El pecado lo había alcanzado, y esto cuando apenas comenzaba la vida.

Hoy en día está de moda hacer caso omiso de las advertencias de Dios. El mundo actual se encoge de hombros ante lo que la Biblia dice y lo que Dios prohíbe. Hay una especie de indiferencia que más parece cinismo, un cinismo ofensivo y a la vez suicida.

Hace algún tiempo un grupo activista homosexual hizo una declaración pública que fue publicada en varios diarios del mundo. «No nos importa morir de SIDA si el SIDA nos azota por practicar el amor.» Era una declaración cínica y burlona, un infernal concepto del amor.

No obstante, hay una ley inexorable, la ley de la cosecha. Nadie puede eludirla. El que siembra vientos recoge tempestades (Oseas 8:7), y el que siembra rebeldía cosecha, en una forma u otra, la muerte.

La frase: «A todos los delincuentes se les detiene en la última frontera» es muy cierta. Esa frontera es la muerte. Un malhechor puede eludir la justicia durante toda su vida, y sin embargo su pecado junto con su castigo lo esperan en el día final. No hay escapatoria posible.

De modo que no hay por qué vivir en fechorías y malandanzas. No se saca ninguna felicidad verdadera del delito. No se gana nada con el engaño. Sólo la vida en el bien trae felicidad sana y duradera.

El pecado siempre alcanza al pecador. Es por eso que debemos recibir a Cristo como Salvador y Maestro. Sólo así quebramos la fatalidad de la ley, y sólo así empezamos a sembrar para cosechar un futuro victorioso.
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